viernes, 19 de marzo de 2010

El hombre que quiso derribar el sistema con 15.000 dólares.

La teoría frente a la práctica. La buena intención contra la realidad.
Media vida luchando contra un sistema usando sus propias reglas.

La vida de Harold L. Hume no fue fácil.
Promesa de la literatura en su juventud, fundador de la revista The Paris Rewiew y gran orador, Harold lo tenía todo. Había publicado dos novelas (Ciudad subterránea y Los hombres mueren) y entonces, justo cuando comenzaba a labrarse una reputación, se esfumó. Desapareció del mapa literario.

Existen dos versiones de su caída a la locura. La primera cuenta que en Londres, en 1966, tomó una gran cantidad de LSD y se volvió paranoico. La segunda, más amable, habla de una serie de desgracias y reveses. Un divorcio y diversas estancias en hospitales psiquiátricos acompañadas de tratamiento de electroshock hicieron que no pudiera volver a escribir, según él, obligado por razones físicas: Cada vez que cogía una pluma se le empezaban a hinchar las piernas, causándole un dolor insufrible.

Con la palabra escrita impedida, el discurso era el único medio para llegar a la masa. Cuando regreso a EE.UU. en el 69, se reinventó a si mismo como un “gurú”, vagando entre los campus de Columbia, Princeton, Bennington y Harvard. Se llamaba a sí mismo “Doc” y así se dió a conocer entre la juventud que acudía a él fascinados por su mezcla de erudición y de enfermedad mental.

Ese mismo año, Doc recibió en herencia de su padre 15.000 dólares.
En su teoría, ese dinero le bastaría para derrocar al gobierno de la nación.

Todo era muy sencillo, antes de dilapidar el dinero, Doc se propuso regalarlo. No de golpe, no a obras benéficas y no a una persona, sino a todo el mundo. Cobró el cheque, convirtiéndolo en 300 billetes de 50 dólares. Con aquellos retratos de Ulysses S. Grant en el bolsillo, Doc se presentaría ante sus compañeros de conspiración para desencadenar la mayor revolución económica de la historia. Él insistía en que el dinero “es una ficción, papel sin importancia que sólo adquiere valor porque un gran número de personas deciden dárselo”.

Para Doc el sistema se basaba en la fe, no en la verdad o en la realidad, sino en nuestra creencia colectiva, y tenía como objetivo socavar esa fe a base de hacer que un gran número de personas comenzara a dudar del sistema. Los billetes que entregaba no eran sólo un regalo, sino un arma para luchar por un mundo mejor. Quería dar ejemplo con su despilfarro, demostrar que era posible el desencanto y romper el hechizo que el papel verde ejercía sobre sus conciudadanos.

Cuando entregaba un billete, daba instrucciones de que el dinero debía ser gastado cuanto antes. Gastado, regalado, pero puesto en circulación, informando al siguiente portador de que hiciera lo mismo, a fin de provocar una reacción en cadena que acabaría con el status quo.

Harold también alentó a los conspiranoicos informando sobre el sistema informático Fido (una red de ordenadores subterránea interconectada y controlada por el Gobierno). Finalmente, falleció de cáncer en 1992, descubriéndose después que realmente el Gobierno de EE.UU. había estado vigilando a Doc desde 1948 a 1977.

Tal vez su paranoia no era tan irreal como cabía imaginar.

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