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viernes, 29 de enero de 2010

A condicion de vivir... el final de la historia

Es un mundo sin razones, quien quiera lograr algo sacrificará por lógica algo tan valioso como lo que pretende lograr, así, la vida es un trato eternamente injusto donde pierdes algo del mismo valor que lo que has ganado, en otras palabras siempre te quedas igual. Es la historia sin fin, nada puedes hacer o lograr, el hecho es que no hay una apuesta justa en la vida -con esas palabras terminó su discurso un hombre que llevaba tres horas hablando.

Era un día como cualquiera en la vida del chico, llevaba escuchando a los ancianos hablar de todo tipo de cosas; algunas veces quiso opinar pero se dio cuanta rápidamente de que los ancianos estaban ya bien curtidos, nada parecía impacientarlos o siquiera removerlos de sus grandes piedras sobre las que se sentaban, como la primera vez que se acerco al grupo hace ya algunos años, la sanción de que la costumbre los había corroído era, como entonces, tan clara como el agua. Lo peor es que el se había acostumbrado a sentarse ahí, cada día llegaba con sus animales, a veces unos nuevos, otras sin uno o dos que habían muerto o había vendido, alguna vez compró una mas grande o uno mas pequeño, había logrado reconstruir la casa, sentirse aceptado por ella, regresar a la otra, este año sembró con éxito y cosecho de igual manera pero con el tiempo los logros y fracasos se iban aplanando monótona y fatal mente; como cuando un albañil trabaja meses y meses en un continuo ir y venir en la construcción de una casa y al final en el aplanado recubre sin remordimiento y sin pasión los logros y defectos de la obra negra de meses de trabajo. Así se sentía el chico, sentado a la orilla del camino escuchando el eterno siseo de los pensamientos de los ancianos.

Hablaban de muchas cosas y rara vez tocaron el mismo tema, sus palabras iban y venían como el viento, silbaban en lo oídos del chico, se movían rápido y agitaban su cabeza que se movía lenta y seguidamente una y otra vez.

Pero hoy como hace años las cosas cambiarían.

La mujer, aquella que le ofreció agua el primer día que se acercó, hoy lo cansaría hasta el punto del hastío.

¿Y tu qué se supone que haces aquí? -preguntó la señora con enojo. Pues... platico, bueno aprendo- repuso el chico, nervioso y extrañado con tal pregunta.

La señora seguía viendo al chico como si la respuesta que este había dado no tuviera lógica ni importancia alguna, lo miraba como el patrón que mira a un jornalero sentado cuando debe trabajar, con ese enojo que acusa a alguien de inútil.

Llevas sentado ahí años, escuchando a un grupo de ancianos que ya no esperan la tormenta para hincarse, ellos ya se rindieron hace tiempo, todo les sabe igual, el frio o el calor se resuelven como si fueran problemas. Y de nuevo te pregunto ¿qué haces aquí?, ¿que has aprendido de ellos? -hora la señora gritaba con un nudo en la garganta, lo hacia de manera rápida y desesperada de la misma manera que lo hace un niño cuando apenas y aguanta las lagrimas diciéndole a su madre que el hermano se cayó de un árbol, aguantaba las lagrimas como cuando alguien se arrepiente de algo, cuando esta seguro de que las cosas no deberían ser como están, que pudo haber hecho algo antes para que lo que hoy pasa fuese de otra manera. Llevaba años viendo al chico sentarse monótonamente frente a las piedras, sobre ellas, bajo el árbol, veía su vida hacerse mas pequeña cada vez parecida a un montón de tierra que el viento va desmoronando, lo vio aguantar las palabras mas filosas, lo vio controlar el dolor de sus fracasos pero lo peor fue verlo controlar cada emoción de su vida.

El chico se había vuelto fuerte y eso nadie lo podía negar, no lo espantaba hablar con las personas desconocidas, ni pensaba en el fracaso una vez que se proponía algo y tampoco sentía alegría cuando lo haba logrado, si lo felicitaban por hacer algo bien él pensaba que lo podía hacer mejor. Se había acostumbrado, sus fuerzas eran equilibradas, sin emoción, ni un suspiro o mínimo destello emoción salía de él: había crecido más de lo necesario, sin un ritmo propio; corrompió su propósito.

Por eso lo puso nervioso la pregunta, lo ponía en la una parte de si que no podía resolver: El hoy


Continuará...

sábado, 28 de noviembre de 2009

Los ancianos

Conocía esa platica, hacia años que la habia escuchado y hacia años que dicha platica le habia cambiado la vida.
La gente se seca -continuó un anciano- la costumbre la seca, se entumece, cuando ya sienten que no pueden se sientan y se vuelven como piedras grandes en el camino, duros, asperos, con un espiritu dormido. Es ahí donde no se encuentra la vida.
Tambien la gente caprichosa -gritó una mujer al fondo de una casa-, esa gente tambien es dura.
No me fastidies mujer -respondió el anciano con un todo acusador-
No te fastidio, tu eres caprichoso y eres seco y sordo a lo que no te gusta, asi son las personas, como cada quien que las describe. Ustedes se sientan y hablan, han hablado por años, hablan y hablan. Sentaron al joven porque son amables pero es pura mentira, ese joven ya se habia sentado ahi y ni siquiera lo recuerdan. Ya se han secado, la costumbre que tanto te molesta te dijo que lo invitaras a pasar pero no le has invitado ni un vaso de agua -el chico sonrojó, hace tiempo que caminaba y de verdad tenia sed, también sus animales-
Pues si tanto te preocupa la sed del muchacho ya le hubieras traído agua tú - respondió enojado el anciano-, pero no, estas allá atras haciendo no sé qué y además estas de chismosa oyendo platicas de lejos.
Pero mira nada mas, el señor sabio se enojó y si tanto te importa saber, que no creo, estoy haciendo agua de limón y ya terminé la comida y por si no los has notado, tu, acostumbrado anciano a las platicas, he incluido al muchacho en la platica, tu, gran pensador lo tienes sentado ahi por horas sin agua o comida y aparte ni le haces caso, tu, acostumbrado a lo profundo y que solo hablas de lo que ya pasó no has disfrutado del joven que hoy tienes frente a ti, ser profundo no te ha dejado ver la suave piel del presente.
Todo lo que la mujer habia dicho era cierto, había dado en el clavo, pero era incompleto (como todo argumento siempre lo es) y fue suficiente para que el anciano que se sentia ofendido pudiera ser grosero y responder con verdades para justificar su posición y necedad:
Yo no vivo en el pasado, me preparo para el futuro, para lo que hoy pase o puede pasar y se lo que puede pasar porque pongo atención de lo que ha pasado, sé que el muchacho a caminado mucho y tal vez no tenga ganas de hablar, que un vaso de agua sin comida puede saber feo y seria una falta de respeto darle pura agua... -antes de que terminara de hablar la mujer lo interrumpió-
Si, si, si, yo se, yo vi, yo creo, anciano necio, y el joven qué crees que piensa cuando lo dejas con sed al sol, que lo haces aguantar el calor por educación supongo.
Vénganse a comer antes de que se enfríe, usted también joven, yo no me pongo ha hablar de cosas como las que ellos hablan pero se que tiene hambre y es mejor que hable de lo que quiere y no solo escuchar quien dice más o mejor, y dígame ¿qué hace usted de regreso?
Quiero ir a ver la casa del viejo, las lluvias la tiraron de seguro.
Continuará...

sábado, 21 de noviembre de 2009

La casa...

La carrera no era en vano. corrió, corrió tanto como sus pies dieron, se sentía abandonado, molesto, se sentía cansado y roto, como si una parte de su corazón faltara; la casa frente a él era el lugar donde había nacido, donde creció, fue el lugar del que salió, de donde venia cuando escuchó la platica de los ancianos, ese cuarto ahora roto y sin vida alguna vez fue su hogar, su espacio seguro y tranquilo, si hubiera permanecido ahí no sentiría el dolor que ahora lo agobiaba.
Recordaba los corrales, los bebederos y a pesar del tiempo aún permanecía en el centro del cuarto una pila de piedras que en algún momento sostuvieron la leña para la lumbre.
Permaneció en la entrada de las ruinas, miraba cada rincón, cada pequeño espacio era estudiado por sus ojos pero no por su corazón, miraba todo y nada a la vez, tenia pequeños y difusos recuerdos que dolían, recuerdos que le decían que no debió salir de ahí, que se hubiera evitado tanto dolor.
Poco a poco se calmó, las lagrimas retrocedieron y el cansancio iba ganando espacio en su cuerpo, se dejó caer lentamente sobre el resquicio de la puerta; aún no se permitía entrar, sentía que si pasaba sin pedir permiso la casa lo rechazaría, que le diría que no fue la casa quien se fue. Terminó durmiendo con frió y afuera, en el sueño se formó una imagen, una imagen de él viviendo en el viejo lugar que antes lo había cobijado, se le antojó deliciosa la idea, seria mas fácil permanecer ahí, correr de regreso de repente ya no era tan buena idea; poco a poco el sueño se fue haciendo más profundo, más placentero, en su cabeza los planes de reconstrucción eran simples, concretos y llenos de utilidad, seria sencillo poner el pedazo de techo, juntar lodo y paja para los hoyos en la pared, sabia hacer adobe, el anciano, no, alguien en el pasado le había enseñado a hacerlo, sabia hacer tantas cosas ahora, ya no era invalido como cuando niño, si, es cierto, ya no era más un niño, había crecido y así el sueño tomaba cada vez más forma, se hacia seriamente una meta.
Cuando despertó ya era de día y al lanzar una mirada hacia el interior del desgastado cuarto éste ya no le pareció tan feo, le hacían falta unos detalles aquí y otros problemas no tan pequeños por allá pero a fin de cuentas podía resolverlos y así fue, puso manos a la obra y poco a poco fue encontrando lo que necesitaba para arreglar su refugio. En realidad mejoró bastante el lugar, al termino de unos meses ya no se parecía en nada la pocilga que encontrara.
Puso un techo mas fuerte con troncos bien secos atravesados de una pared a otra, puso sobre ellos adobe con mucha paja, a las paredes hizoles intentos de ventanas, mas de una vez pasó frio y es que se le calleron las paredes por hacer ventanas sin marcos, sólo hoyos en el adobe. Amplió mas los bebederos y vendió leña para comprar un par de borregos, puso un techo a los corrales y un cercado de troncos que rodeaba toda la casa y el jardín, se empeñó mucho en la cerca y es que al final hacerlo todo solo cuesta mucho.
En los pequeños ratos libres que se permitía tomaba un pequeño pedazo de tronco, agarraba su cuchillo y se sentaba junto a los corrales; tirado ahí intentaba siempre hacer un trompo, le habían sobrado muchos clavos o mas bien muchos clavos estaban doblados porque no sabia usar el martillo y por alguna razón conservaba los pedazos de metal; cada vez que intentaba hacer el juguete fracasaba, esta vez no seria la excepción, una tajada por aquí y poco a poco hacemos la curva de arriba, ahora nos recorremos a la izquierda, metido en su intento de trompo pasó horas sentado, -esta madera es blanda- pensó- pero si fuera muy dura capaz que la quiebro.
Suspiró y volteó a su alrededor, vio su casa, sus animales, la cerca.
Veía un lugar que lo satisfacía, pero no vio a nadie, por qué se había ido de aquí en primer lugar, antes no sabia hacer nada pero alguien le hubiera enseñado de todos modos, por qué se fue tan lejos, por qué.
Y entonces se puso de pie y miró mas lejos, mas allá de la cerca, y no vio a nadie, hace mucho que platicó con alguien, hacia mucho que ignoraba a la tierra, los arboles y el fuego; y un sentimiento de nostalgia lo asaltó, exigía su paz y tranquilidad pero sobre todo, dicho sentimiento, extinguía la sensación de seguridad y pacibidad.
Como hacia mucho tiempo algo dentro de él empezaba a arder, apretó fuerte el pedazo de madera que tenia en la mano y clavó el cuchillo en un poste que sostenía el techo del corral y empezó a andar lento, hacia afuera, hacia algún lugar y cuando iba a saltar la cerca se detuvo y recordó que no era la única vez que se iba; cuando niño, cuando le dio frió, cuando sintió hambre cuando volteó y no vio a nadie corrió y llegó ante unos ancianos y uno de ellos, tan dispuesto como el mismo niño, lo invitó a quedarse con él; cuando el anciano hubo de regresar a la tierra una vez mas corrió; con lentitud bajó el pie de la cerca, puso el pedazo de madera sobre uno de los postes y se recargó en él.
Si iba a buscar algo esta vez estaría seguro de no ir con las manos vacías ni abandonar el lugar de donde viene, tenia que regresar, saber qué fue del lugar donde aprendió a hacer y mas allá, tenia que saber qué era del lugar donde tenia el espacio de ser quien quería ser, donde aprendió la paciencia de un anciano, paciencia que más de una vez tuvo para con el mismo anciano, donde mintió y nadie le reclamó por eso, donde dijo la verdad y se aceptó, donde su palabra valía tuviera ésta la intención que fuera, también fue un lugar donde se malcrió y un lugar al que esperaba regresar y no encontrar el reclamo que sintió cuando regresó aquí, ojalá que aquella casa no se sintiera abandonada o traicionada, pero éste "ojala" parecía muy débil, aun así valía la pena regresar allá.
Pero antes de ir a la casa tenia que visitar al anciano, nunca se permitió reprocharle su partida y así también se avergonzaba por darle las gracias por todo lo que le había enseñado o aceptar el agradecimiento del anciano cuando el niño fue el instructor, al final, en la vida, los dos sabían lo mismo, el niño y el anciano son siempre brazos del mismo cuerpo.
Preparó sus cosas y salió al otro día temprano, con sus animales, no sabia cuanto tiempo iba a partir así que decidió llevarlos consigo.
Y así caminó, al cabo de un par de horas llegaría al crucero por el que siempre iba a la derecha porque a la izquierda el camino llegaba a su antiguo hogar, hoy caminaría hacia la izquierda; caminaba nervioso, casi con miedo pero no se detuvo, antes de llegar vio un grupo de ancianos hablando y se acercó, lo invitaron a sentarse y así lo hizo, escuchó la platica y uno de los ancianos preguntó: ¿y dónde encontramos la vida?
El chico se puso feliz...
continuará

viernes, 13 de noviembre de 2009

...El arbol

De vez en cuando -decía- el árbol sigue creciendo, buscando el sol, pero se enterca en crecer hacia donde se le da la gana, como el higo, sus ramas crecen hacia cualquier lugar y mas de una vez se enredan en alambres o chocan contra la pared, ese árbol es necio y altivo, cree que debe crecer como quiera y que ademas nadie le debe estorbar, es claro que no le importa si él estorba, "pero, para qué los demás se meten en mi camino" dice el higo.

Algunos arboles, como el pino, crecen rectos, crecen alto, bien alto, pero nadie juega en un pino, son muy rectos, no se comen sus frutos y sus ramas son delgadas, son arboles grandotes e imponentes pero a parte de unas hojas delgadas y frutos duros nada más se puede obtener de ellos.

Muchos otros arboles existen, los bonitos y débiles, los de corteza áspera, los que se mueven con el viento, los que lloran. Todos crecen en la tierra, se alimentan de ella, dan frutos con semilla y así crecen otros arboles, la tierra da la vida a todos los arboles, cuando mueren una vez mas la tierra los abraza, los rompe, los deshace, los hace polvo que sirve para que otros arboles crezcan.

-Entonces ¿las personas son como los arboles?
-No, los arboles no cambian, nacen para algo, un higo no da granadas ni un pino regala mangos, tu como a cada quien que le importe se beneficiara de su historia, los arboles no tienen historia o futuro, ellos crecen como saben crecer.
-Pero dijiste que somo como los arboles.
-Como ellos, no que eras ellos.

Todos estos recuerdos llegaban al niño; llegaban como esa lluvia ligera pero constante que moja a uno sin que se de cuenta, cada recuerdo lo alentaba a recordar los buenos momentos, pero cada vez al café y las cobijas le recordaban que el calor del anciano ya no estaba.
Frente a él el fuego se revolvia en si mismo, brincaba y esto le daba la impresión al niño de que nada dura siempre de la misma manera. El dolor siempre incesante era como el fuego y cada recuerdo era esa leña dura y al mismo débil que frente al fuego cede con facilidad, recuerdos que se agotaban con el mismo dolor, pero en ese momento no parecia disminuir el dolor, tampoco la leña.
Se desesperó de sentir, de repente el calor del fuego era molesto y las cobijas pesaban más de lo que podía soportar, aventó la taza de café al fuego y salió corriendo de la casa, olvidó ponerse los zapatos y afuera hacia mucho frío pero esto no le importó, solo quería correr, la lluvia de recuerdos fue muy sutil y ahora se daba cuenta de eso, ya eran muchos recuerdos, quería irse, irse muy lejos y sobre el camino seguía corriendo. Se detuvo frente a una casa que en realidad era un cuarto pequeño y deshecho por el tiempo y se dio cuenta de que su cabeza le había jugado una mala pasada. Estaba cansado de correr pero la escena en que se encontraba lo hacia pensar que por esta vez...
continuara

miércoles, 28 de octubre de 2009

Aún se aprende... actualizado

Para las pocas personas que siguen este blog, este cuento se quedó incompleto, si ya lo leíste, la actualización va desde las letras azules hacia adelante y si no lo haz leído... bueno si no tienes nada que hacer checalo y si no te gusta avísame o si te gusta también.

Un reparto de razón respondieron algunos y otros lo dieron por dado aun cuando la suerte jugó con el sentido, y entonces dijeron: Tiempo; y las estrellas y los soles completaron el drama así terminaron pidiendo un corazón y la expresión de la obra se tornaba ambigua, al fondo un anciano susurró: vida, necesitamos conservar la vida, necesitamos alimentarla, darle cariño, acercarla al fuego, ofrecerle una taza de café, un jarro de atole, darle una cobija. Un niño le preguntó al anciano ¿Y señor, dónde agarro a la vida? El anciano entendió que había que cobijar al niño, darle atole, una cobija, enseñarle a hacer el fuego y dejarlo crecer.
El fuego se acercaba al niño y las cobijas pesaban mucho, sembrar la tierra lo hacia fuerte y lo hacia llorar, el niño aprendió del anciano que la tierra se enchina cuando va a llover, que los campos descansan, el anciano conoció la humildad, la paciencia, la perseveranza, el niño hacia feliz al anciano.
Un día el anciano murió; el niño lo regresó a la tierra, lo entregó, y entonces pidió razón, pidió que el corazón callara y las estrellas se detuvieran, el niño se cobijó y se acercó al fuego con una taza de café negro, el niño lloró y un amargo sabor recorría sus entrañas, recordó el campo y al maestro y entonces el niño entendió que tal vez el agrio sabor del miedo y del abandono, de las despedidas y decepciones y el agrio sabor del dolor no eran el lado oscuro de la vida.
La tierra le había enseñado, la tierra es sabia había dicho el anciano, y tenia razón. El niño se había lastimado las manos en el arado, espinado en las malas hierbas, se había quemado al sol y contrario a lo que creía: también el frió quemaba, los pies arden en las piedras frías como la espalda arde al sol a medio día. Así aprendió a sembrar, así también aprendió que el maestro no enseña, solo la vida enseña y enseña una vida a la vez, una sonrisa a la vez, una esperanza, un desamor, también enseña el olvido y la añoranza, enseña el amor y que cuando éste no se aprende se odia.
El campo era la vida del niño y tenia su propia forma de enseñar, enseña que una cosa está antes que la otra y que para que una pase, antes tenia que trabajar y aún para trabajar con ganas teníamos que aprender no sólo a ganar sino también a equivocarse y por tanto fracasar.
El fracaso de buena gana es como cuando plantas un árbol y de un lado le tapan el sol -fíjate bien le decía al niño- el árbol se inclina para buscarlo y de repente alguien construye su casita y le tapa también el otro lado el sol. No por eso va a dejar de buscar el sol, al contrario, va a crecer, si tu quieres chueco pero crece, así como crece el árbol es la historia de la gente, uno intenta hacer algo y a veces la suerte no ayuda y crece medio chueco, el pasado no se va y nos acompaña mientras enseña o a veces mientras se siente. No todo enseña hijo, a veces sirve, a veces se siente y a veces todas juntas, pero a veces, de ves en cuando...
continuara